
Estudio Apocalipsis 1:5 – Indry Cortés de Alvarado
Estudio Apocalipsis 1:5 – Indry Cortés de Alvarado
Bendiciones hermanos, continuamos con nuestro estudio del libro de Apocalipsis, versículo a versículo. Hoy nos adentramos en Apocalipsis 1:5, que dice así:
“5 y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre”.
A partir de este versículo, se le conceden siete títulos al Señor Jesucristo. Encontramos aquí los cinco primeros, y a través del libro descubriremos los dos restantes.
El primer título de Jesucristo es “El testigo fiel”.
Jesucristo es el único testigo absolutamente digno de confianza para relatar los hechos de este libro. Él es el único en quien usted y yo podemos confiar plenamente en el presente. El único que estuvo con el Padre y vino directamente desde la eternidad, desde el mismo cielo al lado del Padre, para comunicarse con nosotros y revelarnos la verdad eterna.
Muchas personas nos defraudan: los gobiernos, los familiares, e incluso hermanos en la fe. Pero podemos creer y depositar toda nuestra confianza en el Señor Jesucristo, quien es el testigo fiel.
El segundo título es “El Primogénito de los Muertos”.
“Primogénito” en griego es prototokos (πρωτότοκος), y está relacionado con Su resurrección (Jesucristo es el primogénito de los muertos). Esto no significa que Jesús fue el primero en ser resucitado de la muerte. Ya en el Antiguo Testamento, Elías resucitó al hijo de la viuda de Sarepta (y esto fue muchos siglos antes de la venida del Señor Jesucristo físicamente a la tierra) (1 Reyes 17:17-24), Elías resucitó al hijo de la viuda de Sarepta (1 Reyes 17:17-24), Eliseo al hijo de la sunamita (2 Reyes 4:18-37), e incluso un hombre que fue enterrado con Eliseo al tocar sus huesos (2 Reyes 13:20-21). En el Nuevo Testamento, Jesús resucitó a la hija de Jairo (Mateo 9), al hijo de la viuda de Naín (Lucas 7) y a Lázaro (Juan 11).
Sin embargo, la resurrección de Jesús fue única: marcó el comienzo de una nueva era, con la promesa de la resurrección de los creyentes. Él fue el primero en levantarse de entre los muertos para no volver a morir jamás (este es un cuadro maravilloso que tenemos delante de nosotros). La muerte fue, por así decirlo, la matriz que le dio a luz. Vino de la muerte a la vida y es el único que ha regresado con un cuerpo glorificado, puesto que nadie más ha recorrido ese camino hasta el presente. Pero nosotros, los creyentes, los que somos de Él, le seguiremos en la resurrección. ¡Gloria a Dios!
El tercer título es “El Soberano de los reyes de la tierra”.
Esto nos habla de la posición final que Jesucristo ocupará durante el milenio, cuando toda rodilla se doble y toda lengua confiese que Él es el Señor. Lean Filipenses 2:10-11.
El cuarto título es “Al que nos amó”.
Esta expresión enfatiza Su actitud fiel y constante hacia los suyos. El estudio de Apocalipsis no debe causarnos temor, porque proviene de Aquel que nos amó. Él no solo nos amó al morir por nosotros en la cruz, sino que nos ama hoy, en este mismo instante. Usted debe tenerlo claro: Dios le ama con un amor inalterable. Jeremías 31:3 dice: “Con amor eterno te he amado”. ¡Qué maravilloso es regocijarnos en esta verdad!, ¡Gloria a Dios!
El quinto título es “Y nos lavó de nuestros pecados con su sangre”.
La sangre de Cristo no es solo un símbolo; es de suma importancia. En el Antiguo Testamento, Dios enseñó que “la vida de la carne en la sangre está” (Levítico 17:11), y la dio para hacer expiación sobre el altar “por vuestras almas” y que la misma sangre hará expiación de la persona. Cuando Cristo derramó su sangre hasta la última gota en la cruz, la entregó voluntaria y completamente por usted y por mí.
Por su profundo y trascendente significado no podemos tomar a la ligera el valor de la sangre de Jesucristo. Hay un manantial precioso que purifica a todo aquel que se sumerge en Él.
Hemos sido lavados y limpios por ese supremo sacrificio de amor, y hoy, esa misma sangre puede limpiarnos de cualquier pecado y maldad que hayamos incurrido en contra de Dios.
Una pregunta crucial: ¿ha sido usted lavado por la sangre de Jesucristo? El apóstol Pedro escribió en su primera carta (1 Pedro 1:18-19):
“18 sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, 19 sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación”.
La sangre preciosa de Cristo es la que nos salvó y redimió.Solo Él derramó Su sangre, solo Él nos liberó de nuestros pecados al entregarse hasta la muerte. ¡Qué inmenso e inmerecido regalo nos ofrece Dios y no se cansa nunca en ofrecérnoslo!
El perdón y la paz por medio del único mediador entre Él y el ser humano: Jesucristo. En Apocalipsis 1:6 dice:
“6 y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre”.
Ahora, quiero concluir resaltando algo muy importante. Retomando la frase de Apocalipsis 1:5 “al que nos amó” apunta hacia atrás en el tiempo pasado, hacia un lugar particular en donde Jesús nos amó. Se debe resaltar que muchas traducciones de la Biblia mencionan la misma idea: “nos amó”. Pero hay algo hermoso en esta frase que mira hacia atrás, hacia la cruz de Cristo.
Cada creyente debe estar seguro del amor de Dios, no basándose en sus circunstancias presentes (las cuales pueden ser difíciles) y yo le diría a usted que es creyente en Cristo, muchas de las cosas que estamos viviendo ahora son cosas difíciles, tiempos peligrosos. Muchos han perdido sus trabajos, muchos tienen familiares enfermos, muchos han estado pasando diferentes situaciones y tribulaciones.
Sin embargo, nosotros debemos tener claro que el Señor nos amó, no basados en las circunstancias, sino que Él nos amó y demostró Su amor en la cruz del Calvario. Por eso vale la pena alabar a Jesús.
Pablo lo expresó de esta manera en Romanos 5:8:
“8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”.
La obra de Jesús en la cruz por nosotros es la prueba de amor final por parte de Dios. Él puede dar pruebas adicionales, pero no puede dar una prueba más grande que la que ya dio en la cruz del Calvario.
Por eso debemos estar seguros del amor de nuestro Señor Jesucristo, no mirando las circunstancias presentes para medir el amor de Dios, sino recordando lo más grande que el Señor Jesucristo hizo. Debemos mirar hacia la cruz, voltear hacia la cruz. Allí está resuelto el asunto de una vez y para siempre.
“Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre”. Esto es lo que sucedió cuando Jesús nos amó en la cruz: Él nos lavó, nos limpió de la profunda mancha del pecado que teníamos, para que estuviéramos verdaderamente limpios delante de Él y tuviéramos una nueva comunión con Dios. Jesús es digno de ser alabado por esto.
Si entendemos nuestra propia y profunda pecaminosidad, podremos entender mejor el amor de Dios, podremos entender que estamos parados delante de Dios como personas limpias, limpios de las manchas más profundas, limpios de todas aquellas cosas que le traen a usted culpabilidad a su mente.
Confíe en el Señor plenamente, porque la Palabra dice que si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad (1 Juan 1:9), porque Él ya lo hizo una vez y para siempre con su sangre.
Recuerde esto: primero nos amó, luego nos lavó. No fue que Dios nos lavara por sentido del deber para luego amarnos, sino que Él nos amó primeramente y luego nos lavó.
Regocíjese en estas verdades de la Palabra de Dios. ¡Que el Señor nos bendiga!
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